sábado, 6 de octubre de 2012

Arte y creatividad


 

Enrique Espinoza Pinales

 “gané el uso de la razón perdí el uso del misterio”

Gabriel Celaya

 La creatividad es considerada por muchos como la loca de la casa, la que hace cosas descabelladas que sorprenden a todo mundo. Los artistas saben perfectamente que es el ingrediente imprescindible de su quehacer, toda la obra artística descansa en los procesos creativos, no se puede dar ni un solo paso sin ella. Pero la creatividad esta presente no solo en la actividad artística sino en muchas actividades de la vida cotidiana y en muchas personas que sin ser artistas la utilizan con frecuencia. Quizás no este de más insistir que la creatividad no es patrimonio exclusivo de los artistas.

Hoy en día la creatividad se ha convertido en  una moda, todos hablan de ella como un producto de actualidad que se puede aplicar a todos los campos de la vida moderna, principalmente a las actividades productivas  y a todo tipo de negocios, supeditándola a la lógica de la ganancia mercantil y desconectándola de su potencial para poner en marcha su capacidad transformadora. La creatividad como  mercancía se banaliza y se convierte en brillo de diamantinas de seres tan vacíos y superficiales como el producto que venden.

 En una sociedad que ha fomentado el utilitarismo y la implacable lógica de la ganancia pudiera parecer que ser creativo tiene un alto costo material y económico, pero la verdad es que el principal costo es humano y tiene que ver fundamentalmente con una buena inversión de voluntad y con la firme convicción de modificar nuestras  actitudes y principios que redunden necesariamente en el sentido de todo lo que hacemos y de toda nuestra existencia.

 Poner en marcha un proceso en el que el componente principal sea la creatividad no es cosa ni rápida ni fácil, es, habría que reconocerlo, algo complejo. Dicho en pocas palabras, es iniciar un proceso de transformación personal desde adentro, es reacomodar todas las piezas que conforman nuestra personalidad, lo cual implica desaprender y reaprender muchos elementos de nuestros esquemas  conceptuales y perceptivos, y a partir de ello reconstruir la visión de nosotros mismos, de los demás y de la existencia en su totalidad.

 Todo esto lo saben muy bien los artistas, los verdaderos artistas, no los que han hecho de la actividad artística una pose y se han tragado la patraña de que son seres superiores que cuando caminan no tientan el suelo. No es a estos a los que me refiero, es a los que a través de la actividad artística han desarrollado una visión y una vocación como seres humanos.

 La actividad artística en nuestras sociedades enfermas de pragmatismo tiene que sortear muchas y difíciles encrucijadas, de tal manera que quienes practican la creatividad como un estilo de vida o como parte de su oficio o profesión desafían el principio supremo de “cuánto tienes, cuánto vales”. Al artista, al loco de la casa se le ha visto como un malabarista  de las palabras y de las imágenes, alguien que dice o hace cosas bonitas pero que no producen dinero.

 El artista se aparta de los caminos demasiado pisados y escoge veredas desconocidas y misteriosas, en el delirio de la búsqueda, del descubrimiento, de esa pasión por lo desconocido.  Beckett hablaba de la tarea de los artistas de “horadar agujeros” en el lenguaje para ver y oír lo que se oculta detrás.

 El artista es algo así como un brujo o vidente que persigue a las sombras y los fantasmas de la existencia para interrogarlos, en esa persecución se convierte en una  especie de extranjero en su propia tierra que se ve en la necesidad de inventar otros lenguajes con los cuales pueda comunicarse con esa etérea e inasible realidad creando ilusiones y diciendo todas las mentiras que sean posibles para poder vislumbrar lo cierto, lo verdadero. El artista no solo persigue sombras y fantasmas también las crea, les da vida con tal de mantener el deseo de desnudar constantemente el misterio de la realidad.

 
El artista vive en la paradoja de amar  la verdad diciendo mentiras, y es que el trabajo del artista es crear mundos ficticios y  despertar las capacidades perceptivas del observador poniéndole alas a la imaginación.  El arte desconfía de la racionalidad fría y calculadora, de las verdades abstractas e inamovibles, apela a la sensibilidad y a las emociones del ser humano como otra dimensión del conocimiento.

 “El verdadero artista es un visionario” dice Patricia Cardona en su obra “la percepción del espectador”, es alguien que descubre lo nuevo de lo ya conocido, en ese sentido es un eterno curioso que se afana por ver lo que nadie ve.

 
El artista mantiene viva la capacidad  de asombro, capacidad innata del ser humano que se manifiesta en toda su plenitud en la infancia. El niño es curioso por naturaleza, como un recién llegado al mundo. La vida es un misterio que reclama su atención,  quiere comprenderlo todo, le inquietan las razones de la existencia, por esa razón preguntan a cada instante el por qué de las cosas. El conocer para el niño es una aventura que le produce satisfacción y placer, y en esta tarea tiene como recurso y aliado el enorme poder de su imaginación. La curiosidad del niño como motor del acto de conocer esta ligado estrechamente a sus intereses lúdicos. Juego y curiosidad forman un todo indisoluble.

 

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