jueves, 13 de diciembre de 2012

ARTE, JUEGO Y CREATIVIDAD


ARTE, JUEGO Y CREATIVIDAD
Enrique Espinoza Pinales

El artista es el insumiso de las mazmorras educativas, es el eterno gnomo que defendió con gritos y patadas el viejo tambor de hojalata para preservar el mundo de la imaginación y la fantasía, para poder crecer con alas vigorosas en el mejor mundo posible.

El artista conserva en su interior a un niño que le permite disfrutar intensamente el acto creador, por eso se desatiende tan fácilmente de los asuntos triviales de la existencia. Como contraparte todos los niños al practicar de manera natural y espontánea la creatividad manifiestan un espíritu artístico.

El juego es la manifestación más importante de la conducta infantil. El juego es energía que se despliega a través del movimiento, pero también es necesidad de expresión que se da de manera natural y espontánea en la que el niño manifiesta los rasgos esenciales de su personalidad, reafirma su individualidad reconociéndose a sí mismo en una relación dinámica con los demás y con el medio. El juego es una experiencia vital para el ser humano y en este terreno los grandes maestros son los niños.

El juego tiene una carga poderosa de creatividad, es la forma más dinámica de interacción e interrelación humana en un ambiente de libertad, provoca una agudización de los sentidos y es una manera de conocer al ser humano y reconstruir su universo.

José Gordillo, en su obra “Lo que los niños enseñan al hombre” afirma que el juego es un dialogo abierto con las vicisitudes de la vida. Efectivamente, el niño a través del juego entra en relación con el mundo que le rodea, con su propia existencia y la de los demás y va dotando de significado su experiencia mediante la elaboración de códigos con los cuales se apropiara conceptual y perceptivamente de este mundo.

Cesar Lorenzano en su investigación sobre la estructura psicosocial del arte analiza la relación  entre arte y juego. Señala que gran parte del placer del proceso creativo radica en recorrer sus operaciones interiores fundamentales, en exteriorizarlas y en conocerse a sí mismo al objetivarlas. El artista al recorrer paso a paso el proceso creativo establece una comunicación intima con el material con el que trabaja, dominando y transformando el material que a la vez le permita comunicar su mundo interior a través de este, en el proceso de dar forma también construye un código con su propio significado y se reencuentra con el placer del juego.

Tanto en el acto creador artístico como en el juego se ejercitan las estructuras de la personalidad en todas sus potencialidades en confrontación  y comunión con el mundo exterior, se ponen en acción esquemas afectivos, que permiten una apertura hacia el exterior que se objetivan en la obra artística, este es precisamente el carácter catártico del arte y del juego. Sin embargo, a pesar de los rasgos comunes no existe una identidad total entre arte y juego, en el arte existe la producción de un objeto nuevo, cosa que no necesariamente ocurre en el juego.

El niño es un artista potencial, vive y aprende a través del juego, y el juego es esencialmente una experiencia creativa con grandes coincidencias con la actividad artística. El niño, en sus primeros años recurre a la imaginación para intentar explicarse lo que le rodea y le provoca curiosidad. Su lenguaje recurre a las metáforas para reconstruir su mundo, para ponerle nombre a aquello que no lo tiene, para definir las cosas y establecer relaciones entre ellas, en suma para hacerlas presente y dotarlas de un significado. Nos dice Aurora Elizondo Huerta que “la metáfora es un instrumento que nos permite entrar al mundo del sentido traspasando los limites de la forma literal del lenguaje; con base en ella la mente expresa relaciones que trascienden los sentidos primeros a través de los cuales percibimos el mundo”

Se afirma frecuentemente que un niño que no juega es un niño enfermo. Si la misión de la escuela es formar de manera integral la personalidad de los niños y aún no reconoce la necesidad de incorporar el juego y el fomento a la creatividad como recursos imprescindibles en esta tarea, entonces tenemos que deducir que la escuela es una institución enferma.

martes, 11 de diciembre de 2012

Comentarios sobre "Frontera de cristal" de Carlos Fuentes


Reseña del cuento “La frontera de cristal”
Mtro. Enrique Espinoza Pinales

En el cuento “La frontera de cristal” que es el que le da título al libro de Carlos Fuentes se aborda el problema de la migración laboral de trabajadores mexicanos hacia los Estados Unidos en el marco del Tratado de Libre Comercio. En este cuento Fuentes hace un retrato de la situación que vive México ante el fenómeno de la apertura comercial en donde la frontera no solo es paso de mercancías sino de seres humanos que buscan las oportunidades laborales que no encuentran en su país de origen.

 La historia se desarrolla en torno a un grupo de trabajadores migrantes que son contratados para hacer la limpieza de los grandes edificios de oficinas de Nueva York durante el fin de semana, salen el viernes en la noche de la ciudad de México a Nueva York y trabajan sábado y domingo y se regresan el domingo en la noche a la ciudad de México.

Sus personajes son seres emblemáticos que representan a sectores claves de la historia de la migración entre dos ciudades: Nueva Cork y la ciudad de México. Don Leonardo empresario exitoso que ve la apertura comercial como una oportunidad para promover no solo la exportación de mercancías, sino también la exportación de obreros, que el considera como servicios o comercio exterior; Michelena, su nuera y amante, representante de una burguesía decadente y parasitaria, que vive del status y de los favores de los nuevos ricos; Lisandro Sánchez, como parte del grupo de trabajadores es el personaje central, representante de una clase media arruinada por más de veinte años de crisis y un tratado de Libre Comercio que hizo polvo sus aspiraciones de prosperidad. Es un joven con educación y que se distingue de los otros trabajadores por un aspecto más urbano, menos moreno y de facciones más finas y finalmente el personaje que redondea la historia es una mujer gringa “Audrey” ejecutiva de publicidad que trabaja en el edificio que Lisandro y sus compañeros van a limpiar el fin de semana.

Son varias las problemáticas que Carlos Fuentes plantea en su cuento, la primera es la preocupación de los empresarios y políticos de ambos países por tener un control sobre los trabajadores  evitando que pasen por la frontera mediante un contrato que establece condiciones especiales, como el traslado por avión y la permanencia limitada a los días de trabajo en fin de semana. Esto les permite a los empresarios norteamericanos ahorrarse entre del 25 al 30 %  y al empresario mexicano ser parte del negocio al exportar obreros temporales.
 La parte medular del cuento, que involucra aspectos culturales, son los mundos imaginarios de los protagonistas, donde Carlos fuentes explora el  mundo interior de Lisandro y de Audrey quienes tienen un encuentro que los hace verse a si mismos e imaginarse al otro. Ella, quien casualmente esta en su oficina en fin de semana y el, haciendo la limpieza del otro lado del cristal,  muy cerca físicamente, separados por un cristal que sirve como metáfora para contar   dos historias provenientes de dos mundos distintos, cercanos con muchos puntos de encuentro, y a la vez distantes con muchos puntos de desencuentro. 
“Cuando los ojos de Lisandro y los de Audrey se encontraron ella hizo un saludo inclinado la cabeza…”  “No sabía que ella no solo lo miraba. Lo imaginaba”
Finalmente a través de ese dialogo  que se da en un cruce de miradas, de gestos, se descubren a si mismos, sus mundos individuales, y construyen la imagen del otro, se reconocen como parte de un torbellino humano en el que los rostros se difuminan, no importa en que parte del mundo estés, México o Nueva York, son parte de una multitud, de un rebaño que hace que el mundo camine aunque no sepan el rumbo ni el sentido de lo que hacen.
Esto es parte del paisaje contemporáneo, el mundo se empequeñece y se acelera, los cruces de cosas, de personas, de imágenes y de significados se intensifica. Todos tenemos que ver con todos, Lisandro y Audrey se encuentra, se ven, se imaginan. Es un instante que retrata al mundo de nuestros días. 


miércoles, 17 de octubre de 2012

Paradojas del arte moderno




Lo que yo llamo paradojas del arte moderno son reflexiones personales producto de lecturas de diversos ensayos que tratan de esclarecer las peculiaridades de la modernidad en las artes y contrastarla con la modernidad en los otros ámbitos de la vida social, pero también es un intento por comprender y apreciar lo que ocurre en las artes plásticas en nuestros días en nuestro país y en el mundo. Las principales paradojas son las siguientes:

La primera paradoja es que el origen y desarrollo de la modernidad en el arte no responde a la idea de progreso como ocurre en las formas de producción o en los sistemas políticos de una sociedad. Las formas de expresión artística no se desarrollan de manera lineal y progresiva, en donde una etapa siempre es superior a la que le antecede. El desarrollo del arte es mucho más complejo y suele parecer que cada ciclo retoma elementos del pasado, el mejor ejemplo es el del Renacimiento, que es un retorno a la Grecia Clásica.

La historia del arte siempre se ha intentado elaborar desde la óptica de la cultura occidental, imponiendo su concepción y sus valores. Por ejemplo se nos presenta como “Historia Universal de Arte” lo que es la historia del arte Europeo, y como historia general del arte, lo que es historia de la pintura. Para la cultura europea la pintura fue la expresión más elevada del arte por que a través de las imágenes pictóricas se lograba la trascendencia histórica de las clases dominantes. La pintura era la única forma de mantener presente la imagen de los poderosos a través del tiempo.

La modernidad en el arte es el resultado de una crisis de los valores culturales y estéticos de occidente, para poder desarrollarse las expresiones artísticas en Europa fue necesario cuestionar todo el sistema de valores que sostenían al arte occidental y asimilar valores no occidentales, que hasta ese momento habían sido considerados “primitivos”. Por ejemplo: Los pintores Románticos asimilan valores estéticos del norte de África, de las culturas Musulmanas, los Impresionistas de la plástica oriental (estampa japonesa), los Cubistas de la escultura del África negra, etc. Las Vanguardias artísticas contribuyen a superar la ceguera eurocentrista y a darle un carácter universal a la cultura.

La sociedad moderna libera al arte de su papel ideológico, como un sistema de reproducción de los valores dominantes (carácter mimético, con temáticas condicionadas socialmente y con el ideal de belleza renacentista) La libertad de creación de los artistas modernos tendrá como contraparte su inseguridad económica y su sujeción a las reglas del mercado. El arte moderno con todo su potencial creativo deja de ser un producto de consumo popular, con códigos estéticos cada vez más elaborados a los cuales acceden solo las elites culturales.

 La modernidad social que se inicia en el siglo XVIII se manifiesta radicalmente a través de las vanguardias artísticas a partir del Impresionismo hasta entrado el siglo XX. En las primeras décadas del siglo las vanguardias juegan un papel revolucionario pero en el momento en el que se institucionalizan y son aceptadas y reconocidas por el mercado y entran a los museos empieza su ocaso. La mercantilización de la obra artística va minado el potencial transformador de las vanguardias.

Mtro. Enrique Espinoza Pinales

lunes, 8 de octubre de 2012

La Cultura y la construcción del futuro


Enrique Espinoza Pinales

Los cajemenses, en su mayoría somos hijos de emigrantes que llegaron siendo niños o nacieron aquí cuando esto era apenas un caserío polvoriento en medio de un páramo desolado lleno de matorrales y mezquites. Nuestros padres un día salieron de la tierra que los vio nacer buscando futuros promisorios.

 La sierra y el viento los trajo en oleadas constantes durante las primeras décadas del siglo XX.  Cajeme nacía junto con el siglo y todo estaba por construirse. A ellos les tocó poner los cimientos de una comunidad que se forjó con sudor y voluntad. Llegaron de todas partes de la geografía nacional y del extranjero. trayendo consigo el polvo de muchos caminos y muy pronto  aprendieron a vivir en un medio marcado por la diversidad de orígenes y culturas frente al enorme reto de arrancarle a la naturaleza sus frutos en una lucha sin tregua ni descanso. Aquí formaron familias de prole numerosa, familias a las cuales pertenecemos.

Entre la primera generación de cajemenses a la que pertenecen nuestros padres y la segunda generación a la que pertenecemos nosotros, quienes hoy rondamos en la cuarta década de carrera existencial se dan diferencias notables. Ellos se formaron en el seno de familias patriarcales en las que el máximo valor era el trabajo y la transmisión de conocimientos y actitudes se daba en función de la dura y difícil tarea de sobrevivir, la palabra de los mayores era ley incuestionable.

Su infancia transcurrió en comunidades rurales sin energía eléctrica y sin imaginar que los aparatos parlantes como la televisión y el teléfono iban a invadir todos los espacios de la vida cotidiana y sustituir de manera definitiva y para siempre las charlas colectivas en el ambiente pueblerino. Para nuestros padres platicar de apariciones y hechos misteriosos era algo frecuente y creíble. Muchos de ellos provienen de historias rulfescas e incluso pudieron ser hijos verdaderos de Pedro Páramo.

Para quienes nacimos a fines de los años cincuenta o principios de los sesenta, cuando Ciudad  Obregón era una comunidad de alrededor de ciento catorce mil habitantes, la luz eléctrica ya había desterrado a todos los fantasmas.

Tiempos aquellos cuando las casas tenían patios  amplios y la chiquillada se congregaba a ejercitar la palabra, el cuerpo y la imaginación. Nosotros fuimos testigos de cómo la modernidad jaloneaba al pueblo grande de entonces y entre juegos y correrías la ciudad se desparramaba y el paisaje se transformaba apareciendo pasos a desnivel, silos monumentales, edificios de más de un piso, y finalmente cuando nuestra infancia casi terminaba llega el televisor con sus historias maniqueas de apaches y vaqueros, de policías y bandidos de la incipiente industria holywodense. Cuando los viejos caserones se desmoronaban y nuestros abuelos ya no tenían historias que contar lo real maravilloso desaparecía de la vida y se instalaba en la literatura.

A diferencia de nuestros padres, que su imperativo fue forjarse un destino desde muy pequeños a través del trabajo, nuestra generación tuvo la posibilidad de adquirir un oficio o formarse profesionalmente en las aulas, cuando estudiar una carrera universitaria era casi una garantía de incorporación inmediata a la vida laboral.

Nuestros padres llegaron a este lugar para quedarse y muchos de nosotros tuvimos que irnos para comprobar la redondez de la tierra por que siempre sospechamos que había algo más que desiertos incandescentes y tardes maravillosas.

 Nosotros podemos contrastar a tres generaciones, es decir la de nuestros padres, la nuestra y la de nuestros hijos que hoy inician su primera juventud en una comunidad que sigue siendo nueva a pesar de sus más de ochenta años como municipio y sus cerca de medio millón de habitantes.

 A partir de esta fugaz revisión del breve pasado de nuestra matria me planteo una serie de interrogantes:

¿Cómo será nuestra ciudad y nuestro municipio dentro de dos décadas, cuando nuestros hijos tengan la edad que hoy tenemos nosotros?

¿Cómo queremos que sea la casa común de todos los Cajemenses?

Como ciudadanos y miembros de una comunidad ¿realmente tenemos la capacidad para influir en la construcción del futuro?

¿Qué papel puede jugar la cultura en este proceso?

Sin pretender tener las respuestas definitivas, creo que es un imperativo de nuestro momento y de nuestra generación, reconocernos y valorarnos en las raíces y los procesos históricos que han forjado la comunidad local, regional y nacional. Nuestra historia como comunidad es muy breve y carecer de una  memoria histórica nos limita para visualizar y construir el futuro.

Para construir el futuro es necesario contar con una clara visión de futuro y una firme voluntad de cambio sustentado en una imagen autentica de nosotros mismos.

 Estoy convencido que la cultura debe jugar un papel fundamental, ya que es parte de un proyecto de sociedad integral, pero la cultura entendida como algo vivo, que se asume como un eje integrador de la vida social, que le da forma y sentido a la existencia y se expresa en las formas de ser, sentir y pensar tanto en el plano individual como en lo colectivo, posibilitando la construcción de nuestra identidad, elemento clave para proyectar y trabajar por la sociedad que queremos los cajemenses.

sábado, 6 de octubre de 2012

Arte y creatividad


 

Enrique Espinoza Pinales

 “gané el uso de la razón perdí el uso del misterio”

Gabriel Celaya

 La creatividad es considerada por muchos como la loca de la casa, la que hace cosas descabelladas que sorprenden a todo mundo. Los artistas saben perfectamente que es el ingrediente imprescindible de su quehacer, toda la obra artística descansa en los procesos creativos, no se puede dar ni un solo paso sin ella. Pero la creatividad esta presente no solo en la actividad artística sino en muchas actividades de la vida cotidiana y en muchas personas que sin ser artistas la utilizan con frecuencia. Quizás no este de más insistir que la creatividad no es patrimonio exclusivo de los artistas.

Hoy en día la creatividad se ha convertido en  una moda, todos hablan de ella como un producto de actualidad que se puede aplicar a todos los campos de la vida moderna, principalmente a las actividades productivas  y a todo tipo de negocios, supeditándola a la lógica de la ganancia mercantil y desconectándola de su potencial para poner en marcha su capacidad transformadora. La creatividad como  mercancía se banaliza y se convierte en brillo de diamantinas de seres tan vacíos y superficiales como el producto que venden.

 En una sociedad que ha fomentado el utilitarismo y la implacable lógica de la ganancia pudiera parecer que ser creativo tiene un alto costo material y económico, pero la verdad es que el principal costo es humano y tiene que ver fundamentalmente con una buena inversión de voluntad y con la firme convicción de modificar nuestras  actitudes y principios que redunden necesariamente en el sentido de todo lo que hacemos y de toda nuestra existencia.

 Poner en marcha un proceso en el que el componente principal sea la creatividad no es cosa ni rápida ni fácil, es, habría que reconocerlo, algo complejo. Dicho en pocas palabras, es iniciar un proceso de transformación personal desde adentro, es reacomodar todas las piezas que conforman nuestra personalidad, lo cual implica desaprender y reaprender muchos elementos de nuestros esquemas  conceptuales y perceptivos, y a partir de ello reconstruir la visión de nosotros mismos, de los demás y de la existencia en su totalidad.

 Todo esto lo saben muy bien los artistas, los verdaderos artistas, no los que han hecho de la actividad artística una pose y se han tragado la patraña de que son seres superiores que cuando caminan no tientan el suelo. No es a estos a los que me refiero, es a los que a través de la actividad artística han desarrollado una visión y una vocación como seres humanos.

 La actividad artística en nuestras sociedades enfermas de pragmatismo tiene que sortear muchas y difíciles encrucijadas, de tal manera que quienes practican la creatividad como un estilo de vida o como parte de su oficio o profesión desafían el principio supremo de “cuánto tienes, cuánto vales”. Al artista, al loco de la casa se le ha visto como un malabarista  de las palabras y de las imágenes, alguien que dice o hace cosas bonitas pero que no producen dinero.

 El artista se aparta de los caminos demasiado pisados y escoge veredas desconocidas y misteriosas, en el delirio de la búsqueda, del descubrimiento, de esa pasión por lo desconocido.  Beckett hablaba de la tarea de los artistas de “horadar agujeros” en el lenguaje para ver y oír lo que se oculta detrás.

 El artista es algo así como un brujo o vidente que persigue a las sombras y los fantasmas de la existencia para interrogarlos, en esa persecución se convierte en una  especie de extranjero en su propia tierra que se ve en la necesidad de inventar otros lenguajes con los cuales pueda comunicarse con esa etérea e inasible realidad creando ilusiones y diciendo todas las mentiras que sean posibles para poder vislumbrar lo cierto, lo verdadero. El artista no solo persigue sombras y fantasmas también las crea, les da vida con tal de mantener el deseo de desnudar constantemente el misterio de la realidad.

 
El artista vive en la paradoja de amar  la verdad diciendo mentiras, y es que el trabajo del artista es crear mundos ficticios y  despertar las capacidades perceptivas del observador poniéndole alas a la imaginación.  El arte desconfía de la racionalidad fría y calculadora, de las verdades abstractas e inamovibles, apela a la sensibilidad y a las emociones del ser humano como otra dimensión del conocimiento.

 “El verdadero artista es un visionario” dice Patricia Cardona en su obra “la percepción del espectador”, es alguien que descubre lo nuevo de lo ya conocido, en ese sentido es un eterno curioso que se afana por ver lo que nadie ve.

 
El artista mantiene viva la capacidad  de asombro, capacidad innata del ser humano que se manifiesta en toda su plenitud en la infancia. El niño es curioso por naturaleza, como un recién llegado al mundo. La vida es un misterio que reclama su atención,  quiere comprenderlo todo, le inquietan las razones de la existencia, por esa razón preguntan a cada instante el por qué de las cosas. El conocer para el niño es una aventura que le produce satisfacción y placer, y en esta tarea tiene como recurso y aliado el enorme poder de su imaginación. La curiosidad del niño como motor del acto de conocer esta ligado estrechamente a sus intereses lúdicos. Juego y curiosidad forman un todo indisoluble.

 

sábado, 28 de abril de 2012

Poetica Educativa (La creatividad y la escuela)


Enrique Espinoza pinales

Cuando participe por primera vez, a mediados de los ochenta, en el Plan de Actividades Culturales de Apoyo a la Educación Primaria (PACAEP) analizábamos un texto que llevaba por título Escuelas o prisiones. Era un texto testimonial en la que un niño se quejaba amargamente de los atropellos que sufría en manos de su maestra, quien ante el más mínimo motivo descargaba toda su ira y frustración en ellos, sus propios alumnos, y  le preguntaba inquisitivamente a su padre sobre la existencia de una escuela distinta en la que la alegría y la felicidad de los niños sean más importantes que la disciplina y el cumplimiento rígido de los programas, una escuela en la que sean respetados y queridos, en la que aprendan en un ambiente de  confianza y libertad.

Al analizar el texto y empezar a discutirlo con los demás compañeros inevitablemente teníamos que hacer una introspección y revisar críticamente nuestra historia personal como maestros. Era un ejercicio de reflexión que nos confrontaba con nosotros mismos. Muchos por primera vez, después de varios años de servicio nos interrogábamos sobre nuestra práctica profesional, sobre el sentido y la trascendencia de nuestro trabajo como educadores, sobre lo absurdo e inútil de muchas actividades mecánicas y monótonas, sobre las diferentes formas que adopta el autoritarismo y la represión en el aula, y sobre todo la carencia de elementos formativos como la imaginación y la creatividad en el ambiente escolar y en las practicas institucionales.  

Para muchos maestros el participar en este programa fue el inicio de una serie de reflexiones que nos permitieron redimensionar nuestro papel como educadores y empezar a cuestionarnos a nosotros mismos como parte de un engranaje que muchas veces funciona sin rumbo claro y arrastrando una gran cantidad de inercias.

Una de las lecturas más reveladoras que confirmaron gran parte de mis intuiciones sobre el papel que juega el currículo oculto en la formación de nuestros alumnos como futuros ciudadanos fue el libro La vida en las aulas de W. Jacksón.  En este libro se establece una analogía dramática entre las escuelas y las prisiones. El autor argumenta que al niño en la escuela se le pone bajo observación y se le prescriben una serie de normas y códigos para que su conducta sea la deseable en una sociedad utilitaria, que requiere individuos dóciles y funcionales para engrosar las filas de la masa trabajadora.

Al educando desde temprana edad se le somete a un entrenamiento que valida y promueve el desarrollo solo de ciertas capacidades y atributos, aquellos de los cuales la sociedad espera extraer una utilidad. Para tal fin no se contemplan ni la imaginación ni la creatividad como aspectos valiosos en el desarrollo de la personalidad y la vida social de los futuros ciudadanos.

El sistema educativo Mexicano ha ignorado por mucho tiempo el papel de la creatividad  y la imaginación en los procesos educativos y  junto con ello la necesidad de crear ambientes educativos en la que los niños vivan la experiencia de aprendizaje como un hecho significativo y disfrutable. En nuestras escuelas persiste una práctica educativa tradicionalista que condena a los educandos a adoptar una actitud pasiva, como simples receptores de los contenidos educativos. Este tipo de educación se distingue por su verbalismo, y por el carácter vertical y antidemocrático de sus métodos. A pesar de todos los intentos de modernización y de todas las vanguardias pedagógicas las escuelas en muchos aspectos siguen siendo reductos feudales donde se aprisionan los cuerpos y las almas de los niños.

Veamos algunos ejemplos de prácticas educativas tradicionalistas con un breve decálogo de reglas:

Regla número uno: “Quieto, callado y sentado”.
Al niño en la escuela se le enseña que para que pueda aprender, tiene que permanecer sentado,  quieto y callado por horas enteras escuchando pasivamente las palabras del maestro y siguiendo las instrucciones sobre qué hacer y cómo hacerlo. Los salones suelen ser lugares áridos y grises en las que encontramos hileras de butacas derechitas y grupos de niños muchas veces clasificados por sexos o por aprovechamiento. Los salones y el mobiliario están diseñados para que los niños trabajen sin el más mínimo movimiento  y en estricto orden. Así el mundo y la vida, esa realidad que al niño le genera tantas interrogantes se aborda en el encierro de un salón de clases a través de la palabra del maestro y la consulta casi exclusiva de los libros de textos. El niño tiene la necesidad y el deseo de entender el mundo y la existencia desde su propia perspectiva, quiere apropiarse de él con sus propias herramientas conceptuales y la escuela solo le ofrece reglas disciplinarias. La necesaria interlocución que se requiere para generar conocimientos significativos termina siendo un largo y permanente monologo en la que el niño se resigna a prescindir de su propia voz. En esta absurda manera de abordar tan compleja temática las preguntas pierden razón de ser.

Regla número dos: “Escucha atentamente y obedece siempre al maestro”.
Derivado de lo anterior en donde el niño se le condena a asumir un papel pasivo, como un simple receptor de conocimientos se deduce que hay que aceptar las cosas tal y como se las ofrecen, no hay nada por descubrir, la cultura y los conocimientos son cosas demasiado hechas, que lo único que le queda es recopilar la información  y archivarla en sus mentes en un estricto orden hasta el momento en el que se tenga que canjear por un símbolo numérico, que según sean los resultados puede ser un premio o un castigo. No es necesario asomarse fuera del salón de clases, la vida y la escuela son dos cosas muy distintas, y los conocimientos los dicta el maestro y están depositados en cierto tipo de libros. Se sacraliza el acto de aprender y los conocimientos se vuelven fetiches librescos. Desde muy temprana edad se empieza a perder la conciencia de que este mundo es una creación humana. Cuando el niño se ve obligado a realizar una serie de actividades de manera mecánica sin interrogarse sobre su sentido y utilidad entonces  el acto de aprender se vuelve un simple hábito carente de toda emoción. Al niño, el mundo y las herramientas conceptuales para acceder a sus misterios como son la ciencia, la tecnología y el arte le empiezan a parecer cosas extrañas y totalmente ajenas a su vida cotidiana.  

Regla número tres: “La escuela es algo muy serio, no es un juego”.
Las prácticas educativas tradicionalistas juegan un papel muy importante en la eliminación de la capacidad de asombro del niño como palanca del fenómeno cognoscitivo y el desarrollo de toda una serie de capacidades humanas. El aprendizaje divorciado del juego y de los intereses básicos del niño se convierte en un acto vacío que no tienen nada que ver con la curiosidad de entender las cosas de la vida.  El  juego, ese mecanismo natural de integración, desarrollo y socialización de todos los infantes del universo no tiene espacio ni tiempo en la escuela. El niño llega a comprender que el asistir a la escuela es una obligación que no incluye el gusto o placer por aprender. Desafortunadamente  es en la escuela en donde los niños aprenden rápidamente a dejar de ser niños renunciando a sus intereses lúdicos y al enorme deseo de penetrar en los misterios de la existencia. Desaparece entonces la experiencia estética de los procesos cognoscitivos, la emoción del descubrimiento, el placer de saberse parte activa de este mundo. La magia  es expulsada del salón de clases.

Regla número cuatro: “Lo importante es que pases los exámenes, ahí esta el éxito”
El aprendizaje como un trámite burocrático esta sujeto a una fiscalización en la que los exámenes se convierten en un fin en sí mismos, los exámenes son el símbolo de la aceptación y el éxito en el plano personal y social, o en el peor de los casos el de rechazo y estigma de la familia y de la sociedad. A pesar de tantas reflexiones de especialistas e investigadores sobre el papel de la evaluación en los procesos educativos los exámenes siguen siendo el látigo para los insumisos o para los incapaces de asimilar las reglas de la vida escolar. Cuando el niño o el joven asumen con naturalidad y sin conflictos que lo más importante de asistir a una escuela es aprobar los exámenes, como peldaños en una secuencia de obstáculos, como una penosa e insufrible obligación, independientemente del sentido y la relevancia de los conocimientos, es cuando se  inicia el camino hacia la adaptación social como uno más de un conglomerado social carente de rostro y sin voluntad, a quien le diseñan la existencia.

En este sentido la educación tradicionalista, como dice G. Bertín se caracteriza principalmente por ser un instrumento alienante, y responsable en gran medida del deterioro de las facultades del ser humano y el que sus expectativas de vida se reduzcan al mínimo.

La escuela necesita urgentemente una transformación de fondo que subvierta sus estructuras y dinámicas, que reinvente el hecho educativo sobre bases totalmente nuevas a partir de una introspección critica de los propios maestros que asuman la tarea de propiciar la creación de espacios que estimulen la inventiva, la espontaneidad, y la alegría de crecer junto con los educandos. La escuela debe dejar de ser una fábrica de seres mutilados, de seres disminuidos en sus potencialidades para convertirse en un lugar en el que sea posible construir la utopía del artículo tercero, la formación de seres integrales. Es necesario, en resumen una practica educativa con un fuerte aliento poético.