Enrique Espinoza Pinales
Los
cajemenses, en su mayoría somos hijos de emigrantes que llegaron siendo niños o
nacieron aquí cuando esto era apenas un caserío polvoriento en medio de un
páramo desolado lleno de matorrales y mezquites. Nuestros padres un día
salieron de la tierra que los vio nacer buscando futuros promisorios.
La sierra y el viento los trajo en oleadas
constantes durante las primeras décadas del siglo XX. Cajeme nacía junto con el siglo y todo estaba
por construirse. A ellos les tocó poner los cimientos de una comunidad que se
forjó con sudor y voluntad. Llegaron de todas partes de la geografía nacional y
del extranjero. trayendo consigo el polvo de muchos caminos y muy pronto aprendieron a vivir en un medio marcado por
la diversidad de orígenes y culturas frente al enorme reto de arrancarle a la
naturaleza sus frutos en una lucha sin tregua ni descanso. Aquí formaron
familias de prole numerosa, familias a las cuales pertenecemos.
Entre
la primera generación de cajemenses a la que pertenecen nuestros padres y la
segunda generación a la que pertenecemos nosotros, quienes hoy rondamos en la
cuarta década de carrera existencial se dan diferencias notables. Ellos se
formaron en el seno de familias patriarcales en las que el máximo valor era el
trabajo y la transmisión de conocimientos y actitudes se daba en función de la
dura y difícil tarea de sobrevivir, la palabra de los mayores era ley
incuestionable.
Su
infancia transcurrió en comunidades rurales sin energía eléctrica y sin
imaginar que los aparatos parlantes como la televisión y el teléfono iban a
invadir todos los espacios de la vida cotidiana y sustituir de manera
definitiva y para siempre las charlas colectivas en el ambiente pueblerino.
Para nuestros padres platicar de apariciones y hechos misteriosos era algo
frecuente y creíble. Muchos de ellos provienen de historias rulfescas e incluso
pudieron ser hijos verdaderos de Pedro Páramo.
Para
quienes nacimos a fines de los años cincuenta o principios de los sesenta,
cuando Ciudad Obregón era una comunidad
de alrededor de ciento catorce mil habitantes, la luz eléctrica ya había
desterrado a todos los fantasmas.
Tiempos
aquellos cuando las casas tenían patios
amplios y la chiquillada se congregaba a ejercitar la palabra, el cuerpo
y la imaginación. Nosotros fuimos testigos de cómo la modernidad jaloneaba al
pueblo grande de entonces y entre juegos y correrías la ciudad se desparramaba
y el paisaje se transformaba apareciendo pasos a desnivel, silos monumentales,
edificios de más de un piso, y finalmente cuando nuestra infancia casi
terminaba llega el televisor con sus historias maniqueas de apaches y vaqueros,
de policías y bandidos de la incipiente industria holywodense. Cuando los
viejos caserones se desmoronaban y nuestros abuelos ya no tenían historias que
contar lo real maravilloso desaparecía de la vida y se instalaba en la
literatura.
A
diferencia de nuestros padres, que su imperativo fue forjarse un destino desde
muy pequeños a través del trabajo, nuestra generación tuvo la posibilidad de
adquirir un oficio o formarse profesionalmente en las aulas, cuando estudiar
una carrera universitaria era casi una garantía de incorporación inmediata a la
vida laboral.
Nuestros
padres llegaron a este lugar para quedarse y muchos de nosotros tuvimos que
irnos para comprobar la redondez de la tierra por que siempre sospechamos que
había algo más que desiertos incandescentes y tardes maravillosas.
Nosotros podemos contrastar a tres
generaciones, es decir la de nuestros padres, la nuestra y la de nuestros hijos
que hoy inician su primera juventud en una comunidad que sigue siendo nueva a
pesar de sus más de ochenta años como municipio y sus cerca de medio millón de
habitantes.
A partir de esta fugaz revisión del breve
pasado de nuestra matria me planteo una serie de interrogantes:
¿Cómo será nuestra ciudad y nuestro
municipio dentro de dos décadas, cuando nuestros hijos tengan la edad que hoy
tenemos nosotros?
¿Cómo queremos que sea la casa común de
todos los Cajemenses?
Como ciudadanos y miembros de una
comunidad ¿realmente tenemos la capacidad para influir en la construcción del
futuro?
¿Qué papel puede jugar la cultura en
este proceso?
Sin pretender tener las respuestas
definitivas, creo que es un imperativo de nuestro momento y de nuestra
generación, reconocernos y valorarnos en las raíces y los procesos históricos
que han forjado la comunidad local, regional y nacional. Nuestra historia como
comunidad es muy breve y carecer de una
memoria histórica nos limita para visualizar y construir el futuro.
Para construir el futuro es necesario
contar con una clara visión de futuro y una firme voluntad de cambio sustentado
en una imagen autentica de nosotros mismos.
Estoy convencido que la cultura debe jugar un
papel fundamental, ya que es parte de un proyecto de sociedad integral, pero la
cultura entendida como algo vivo, que se asume como un eje integrador de la
vida social, que le da forma y sentido a la existencia y se expresa en las
formas de ser, sentir y pensar tanto en el plano individual como en lo
colectivo, posibilitando la construcción de nuestra identidad, elemento clave
para proyectar y trabajar por la sociedad que queremos los cajemenses.
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